viernes, 27 de mayo de 2011

Artesanos sostienen su oficio por más que amor al arte

Exponen su creatividad en distintos puntos de la ciudad
Bellas Artes y la Cuidad Universitaria son los predios donde jóvenes y experimentados personajes se reúnen con una única consigna: crear y expresar su espíritu a través del uso de diversos materiales


Nolan Rada Galindo

-Ting…
El martillo se estrella sobre la cabeza del cincel
-Ting…
Deja su marca en el cuero
–Ting...
La piqueta quiebra
–Tek…
La unidad del alambre
–Tek…
Ambas acciones van en sincronía con las maltratadas pero robustas manos y la profunda mirada que en cada golpe, en cada corte, representa lo que la mente del artesano desea expresar. El artesano, de anchas vestiduras de colores varios (acordes al gusto de cada uno), portador de collares sobre su cuello, templo que aloja la garganta de donde, con calmado tono, emanan confesiones sobre sus formas de pensar, por lo general sin prejuicios, de ser, de crear. Mientras, su contexto lo observa admirándole o menospreciándole.

Emerson Pimienta, colombiano,
prestó servicio militar en su país natal / Nolan Rada Galindo
Estos transformadores de materia, herederos de un oficio que casi se remonta al origen del ser humano, ya no se sientan, citando al Inca Garcilaso de La Vega en Comentarios Reales de los Incas, “en un asiento de oro macizo” para trabajar; ni beben ni comen, cuando lo hacen, de “vasijas (…) de oro y plata”, como sí lo hacían los antiguos orfebres peruanos, indígenas pioneros en América. Su dinámica se expone en las aceras de la cuidad, con el rugir de los carros de fondo, el apresurado paso de los peatones, algunos por lo rápido que transcurre su tiempo, otros pocos por temor a quienes, en el suelo, elaboran piezas para exponer su ser interior.

Para algunos de los protagonistas de este oficio en Caracas, específicamente para Luis “El Escorpión” Escalona, “un artesano es un artista”. Según considera Kevin Linares, con cinco años de dedicación al cuero y los metales, el artesano es alguien que puede “crear con cualquier tipo de material que tenga al alcance”. El vínculo con el oficio es tal que “El Escorpión” confiesa que “si vuelvo a nacer, vuelvo a ser artesano”.

Este sentimiento lo reafirma Emerson Pimienta, colombiano, al destacar que lo positivo de su oficio es “todo lo bonito que podemos hacer con nuestras manos, nuestras ganas: arte bello y mágico”. “Si te consideras un buen artesanos no es necesario que tú tengas un dinero para invertir. Lo normal es que tú te metas a un basural y tu mente cree algo de lo que tú puedas sacar de ese basural. Eso es lo bonito y lo grande que me ha enseñado a mí el estar en este ámbito”.

Muchos comenzaron sus primeros pasos con esa “magia” cuando niños, adolescentes, y hoy la expresan en los alrededores de Bellas Artes, muy cerca del centro de la capital. Esto se debe probablemente por lo que expresa la sicóloga Patricia Valderrama sobre la expresión artística: “es una energía incontenible. El artista necesita trabajar los materiales, elaborar objetos que expresen su ser, lo que sienten, lo que son”.

También, puede ser por la necesidad de registrar recursos económicos, como sucedió con Hebeth Ramírez, de 29 años, y oriundo de Valera, Trujillo: “yo entrené boxeo por 14 años, yo fue atleta allá en Trujillo. Era de la selección y, entrenando, igual hacía pulseritas para venderle a las amigas en el colegio”. Así ayudaba al ingreso de su familia.

Esa “energía incontenible” pudo ser lo que llevó a Emerson Pimienta a dejar de intercambiar frutas por collares y pasar a hacerlos: “comencé como vendedor de frutas y me gustaba mucho siempre la vida libre, el querer estar y dormir donde me gustara. Entonces, me relacioné con los artesanos. Siempre tuve esa vibra por los artesanos, por la calle, por el arte: por el amor al arte a lo que uno quiere hacer”.

Víctor Rodríguez tiene 35 años
dedicados al oficio / Nolan Rada Galindo
Para Víctor Rodríguez, de 64 años y quien a través de su precisa y enérgica voz expone la juventud de su espíritu, la dedicación plena al oficio llegó luego de cansarse “de trabajarle a los otros”, hace ya 35 años. Similar situación vivió Fabián Vargas, colombiano de 27 años, quien no se “halló” en ningún otro oficio mientras que a través de la artesanía encontró que lograba cubrir sus necesidades “y no tenía opresión laboral de ninguna especie. Son  muchos trabajos por los que pasé en los que nunca encontré un placer que me llenara así como la artesanía.”.

Algunos se vincularon con la artesanía a través de un amigo, de la observación, de la curiosidad por el laburo, otros empíricamente. Para Hebeth Ramírez, quien además de cursar Estudios Jurídicos en la Universidad Bolivariana de Venezuela ejerce la labor más importante de su vida al criar solo a su hija Soleidy luego de que la madre de falleciera en el parto, su vínculo con el oficio se remonta a su infancia en Valera. “Siempre me ha gustado hacer artesanía. Cuando estaba pequeño hacía muñecos de papel, cosas con hilo y un día lo ejercí. Y bueno, aquí estoy,  casi 15 años trabajando artesanía”, confiesa tras haber pasado por Choroní, Maracaibo, Barquisimeto, Cuyagua, hasta establecerse en Caracas, en una pieza que le alquila una señora que conoció a través del oficio.

Socialmente odiados, socialmente amados. La dinámica social, que para el primer semestre del año 1989 estaba compuesta por 1.316.716 trabajadores por cuenta propia, y la que para la mitad del segundo semestre del 2009, última fecha estudiada, registró la cifra de 3.625.090 trabajadores, según el Instituto Nacional de Estadística, conlleva problemas como la posibilidad de acercarse a la droga. Esto, para la sicóloga Patricia Valderrama, puede ser debido a que “muchas personas se acerquen a los sicotrópicos buscando una condición de relax o excitación particular” para potenciar su obra o expresarse.

Además de este detalle, el día a día carga sobre la espalda del artesano, esa que se dobla forjando algún objeto, problemas como la carencia de un seguro social y de condiciones óptimas para realizar su trabajo. Sin embargo, para ellos lo importante es “aprender a valorar más a las personas. Hoy en día estamos más inhumanos que antes”, comenta Cristian Salazar. Lleva el nombre de su esposa (Dayana) tatuado en la parte derecha de su rostro y una paternidad de cuatro niños bajo un refugio tras perder su casa ubicada en La Vega por las pasadas lluvias.

En ese camino, el artesano llega a enfrentarse con una sociedad que, según los miembros de este grupo, puede mirarlos con admiración en algunos casos y en otros con desprecio. Esto, según explica la socióloga Carmen Victoria Vivas Lacour, es debido a sus características como individuos: “la carencia de un sentido a nivel organizativo de precios (que aporte seriedad a su mercado), el lugar donde trabajan (la calle), puede llevar a la sociedad a establecer prejuicios”. Sin embargo, para Victoria Lacour es importante que estas personas puedan sobrevivir al margen de esta forma tan institucionalizada de ganarse la vida. “El problema de estar al margen es que te conviertes en un sujeto marginado. Creo que ya se les está empezando a ver como unos sujetos un poco degastados”, afirma.

Degastados o no, quienes se desmarcan de la etiqueta de hippies por considerarla ajena a un oficio que, con razón, definen como milenario y no una revolución de apenas cincuenta años atrás, seguirán llegando a Bellas Artes los fines de semana y a la Ciudad Universitaria durante los siete días con sus bolsos a cuestas, cargando el trapo que separa sus trabajos del suelo, sus piquetas, martillo y cincel para confeccionar cada pieza y, como describe Salazar, “encontrarse con sí mismo y descubrir otras cosas que no las descubres haciendo otros oficios.”.

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