miércoles, 22 de junio de 2011

Exclusión, afecto y falta de planificación social tras un “noche sin luna”

Calificativos que en la Colonia denigraban, hoy pueden resultar ser una muestra de cariño


El lenguaje se vuelve canal afectivo y excluyente; todo depende de los interlocutores. La Ley Orgánica Contra la Discriminación Racial altera los roles discriminatorios: el negro discrimina al blanco. La solución al problema puede estar en un cambio de las prácticas sociales.

Nolan Rada Galindo

 “Las razas negras son hijas de las tinieblas, mientras que el hombre blanco es hijo del sol…”, refiere Juan Eduardo Cirlot en su Diccionario de símbolos. La cita va en relación a lo que el negro representa simbólicamente. La segmentación mencionada coincide con la historia, esa que en la mayoría de los procesos ubica al blanco como eje dominante, mientras el negro se encarga de labores poco nobles. En ese marco, el lenguaje como forma de entendimiento y expresión, ha arado la tierra donde reposan semillas de discriminación y aprecio.
La calle como epicentro del habla, expone términos como “mi negro”, “mi color”, “noche sin luna”, los cuales divagan entre el cariño y la exclusión. Esto, en el marco de un país como Venezuela, albergue de múltiples culturas venidas con los años y distintos momentos históricos. En ese proceso, según Carlos Villarino -sicólogo social con estudios en sociolingüística-, el lenguaje como “vehículo fundamental de transmisión de información, conocimientos” también registra cambios, mutaciones.
Refiriendo al lingüista suizo Ferdinand de Saussure (1857-1913), Villarino explica que el lenguaje posee dos dimensiones: el habla, “aspecto vivo del lenguaje en su discurrir entre las comunidades, las sociedades”; y la lengua, “expresión codificada o la expresión fosilizada de ese habla, la cual se encuentra en los diccionarios, en las gramáticas”. Estos elementos, a pesar de que el primero es consecuencia del segundo, varían de forma inversa. Es decir, la gramática, el lenguaje, se ajusta de acuerdo a las modificaciones que los individuos, a través del habla, realizan.
En este contexto, las palabras como ideas, signos, símbolos poseen cargas semánticas que al ser transmitidas se vuelven mensaje. En el caso de expresiones como “negro”, “noche sin luna”, etc., pueden entenderse como una forma de exclusión, de discriminación: un problema racial y social. Para personas como Manuel Rangel, estudiante de Comunicación Social de la UCV, “es claro que son términos de discriminación; sin embargo, todo depende del tono impreso en la palabra y de la confianza (entre las personas)”.
Villarino lo expone de la siguiente manera: “hay personas que piensan que el lenguaje, como reproduce la estructura social, reproduce también las inequidades o desigualdades sociales; y de que, de algún modo, el lenguaje contiene encapsulado los prejuicios, las actitudes injustas que un determinado sector dominante puede tener respecto a los otros sectores”.
Para el también profesor de la Escuela de Comunicación Social de la UCV, “algunos también piensan que el lenguaje puede recoger formas antiguas, ancestrales, o centenarias de discriminación por parte de los blancos caucásicos hacia las otras expresiones étnicas”.
En el caso de Venezuela, la anterior referencia se remonta, según la historiadora y profesora de la Escuela de Comunicación Social de la UCV, Alexandra Mendoza, “a la llegada del europeo a América, porque ellos van a introducir un elemento nuevo: el (hombre) blanco”, estableciendo diferencias entre los nativos y el nuevo individuo que antes no eran tan marcadas.
Sin embargo, el sicólogo social matiza los conceptos expuestos tras aclarar que, ciertamente, el lenguaje puede servir “en algunos casos y ocasiones, para diseminar la semilla de la discriminación; pero, en otros casos, es el propio receptor el que está hipersensibilizado, que está constantemente interpretándolos en términos discriminatorios. Y eso va más allá del lenguaje: tiene que ver con la percepción que el receptor tiene respecto al mensaje”. Para María Sojo, estudiante Universitaria, “muchas veces esos términos son empleados para denigrar al otro o hacerlo sentir menos. Pero, en mi caso, son más como un modismo y como muestras de cariño, de confianza para con quienes se los digo”.
 “Racismo hay”, de acuerdo al profesor Villarino, y éste está presente “en función también de cuáles son las expectativas, las necesidades, las creencias, los deseos de quien está recibiendo los mensajes”. De esta manera, lo entiende Karen Key, estudiante universitaria y quien, cuando niña, sufrió “insultos y burlas” por parte de sus compañeros debido a su color de piel: “ahora ya no me pasa, y si llega a suceder no creo que tenga mayores repercusiones porque he comprendido que debo mi ser a mis valores, más que a mi color”.
El racismo oculto
Según el extracto del sicólogo social Carlos Villarino del libro El racismo oculto de una sociedad no racista, escrito por la también sicólogo social Ligia Montañez, Venezuela es un país racista que no es definido de tal manera. La sentencia parte al haber, según el resumen del sicólogo, “un racismo oculto en la medida en que la población negra o la población afrodescendiente, que era originariamente esclava, cuando obtiene la libertad, queda relegada a los sectores más marginales de la sociedad; quedando siempre en desventaja respecto de población blanca criolla para acceso a fuentes de trabajo, una mejor educación, una vivienda digna”, entre otros beneficios.
Relacionado con la anterior sentencia, la historiadora Mendoza considera que “el propio individuo no está consciente de que la movilidad social no depende ni del apellido ni del color; sino de la preparación”. La historiadora expone que “dentro del venezolano existe cierta conformidad, cierta resignación. El valor al trabajo no se ha asumido como el mejor vehículo para dejar de estar montado en el cerro y tener una vida distinta. Paralelo a eso, hay políticas del gobierno que lo que hacen es alimentar este pensamiento”. Se entrega el pescado; no se enseña a pescar.
Villarino, quien considera el problema como un asunto de discriminación socioeconómica más que racial, enmarcado en la dificultad de acceso a la riqueza; cree que la manera de atacar las posibles discriminaciones o exclusiones generadas a través del habla, es fomentando un cambio en las prácticas sociales del venezolano. Tal modificación, traería consigo cambios en el registro discursivo de la sociedad. “El lenguaje contiene parte de esa discriminación, pero si cambian las prácticas (sociales), los discursos asociados a esas prácticas van a cambiar también”.
Al respecto, Blas Fernández, profesor de Sociopolítica de la Escuela de Comunicación Social de la UCV, camina en esta misma línea al considerar el problema como “una discriminación socioeconómica que, muchas veces, se ha querido presentar como un problema de razas: que los blancos son los burgueses y los negros es el proletariado”. Para el profesor Fernández, el real problema es la falta de espacios de interacción entre las partes.
Cambian los roles
De acuerdo a los expertos, con la Promulgación de la Ley Orgánica Contra la Discriminación Racial, el 11 de mayo de 2011, se produce un fenómeno curioso: ahora el negro es quien discrimina al blanco. Blas Fernández lo explica de esta forma: “la Ley puede crear recelo al estar privilegiando a un sector de la población. Cuando se crea una Ley, debería ser para todos por igual. No un sector en particular”.
Esta situación, Villarino la ubica desde el año 1998 a través de las políticas del Estado: “(la promulgación de la Ley) lo que viene a hacer, de algún modo, es darle un cariz de legitimidad. Con esto no estoy diciendo que no haya una deuda histórica con una población que ha sido históricamente maltratada. El asunto es que esto ha derivado, y puede seguir derivando, en una inversión del racismo, de los valores, o de las valencias de una práctica que es igualmente racista”.
Para evitar que tal giro del problema continúe, según Fernández, se debería “más que hablar de una ley de afrodescendencia, hablarse de una Ley de Ciudadanía, de recobrar los valores ciudadanos. Lo que está en crisis son los valores ciudadanos”. Sobre este aspecto, Villarino aporta otra posible solución: “hay que trabajar en la dirección de que estas formas de exclusión se reduzcan hasta donde sea posible. Hay dos grandes vías para esto: nivelar hacia abajo o nivelar hacia arriba. Nivelar hacia abajo es más fácil. Es decir, quitarle al que posee es más sencillo que empoderar al que no posee, darle un poder real que le permita un crecimiento autonómico, independiente del estado”.
Interrogado sobre cuál de las formas es más conveniente socialmente, el sicólogo social considera que, “con toda seguridad”, igualar hacia arriba conviene más porque se busca la excelencia, potenciar las virtudes de la sociedad. Mientras que igualar hacia abajo, como menciona, es establecer patrones que terminarán “reduciendo la calidad” del producto final.
Sobre la situación socioeconómica de Venezuela y la discriminación, las Naciones Unidas, durante la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial, el 1 de noviembre de 2005, expresa en el artículo 17, referente a los  Motivos de Preocupación y Recomendaciones, su “preocupación ante la persistencia de desigualdades socioeconómicas profundas y estructurales…”.
El organismo también recomienda al Estado venezolano “intensificar sus esfuerzos para mejorar la situación en cuanto a los derechos económicos y sociales de los afrodescendientes y de los indígenas, tales como el derecho a la vivienda, a los servicios de salud y saneamiento, al trabajo y a una nutrición adecuada, con el fin de combatir la discriminación racial y eliminar las desigualdades estructurales”.
Para el profesor Blas Fernández, “eso (el problema) va más allá de políticas a corto plazo. Es de planificación de país, pensar un proyecto de desarrollo de país. Lo que se ha hecho es segmentar la población por su condición socioeconómica”.
Tal planificación, según los expertos consultados, debe tener como eje la educación. Desde ahí, deben delinearse las características del lenguaje usado por las generaciones futuras que, teóricamente, podrían reducir la magnitud del conflicto. Es este pilar el que contribuye a la formación de ciudadanos, siempre y cuando se piense en “nivelar hacia arriba” en pro de enriquecer las virtudes sociales.
Estos aspectos se pueden explicar a través del imaginario de José Ignacio Cabrujas, quien el 12 de enero de 1995, en una conferencia dada durante el ciclo La Cultura del Trabajo, expuso lo siguiente: “Venezuela, en ese sentido, es un pueblo especial dentro de nuestro continente; es un país que no ha tenido la consciencia de su propia historia, es un país es gestación. Venezuela es una país no posicionado, nadie en el mundo sabe qué quiere Venezuela, qué proyectos, qué ambiciones, qué deseamos”.

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